jueves, 24 de marzo de 2011

Querido Monseñor


A Monseñor Oscar Arnulfo Romero

Querido Monseñor


Recuerdo la primera vez que supe de ti, fue hace aproximadamente 9 años, en uno de los tantos homenajes que te realizan en la Universidad Centroamér

ica UCA, mi Alma Mater. De ese primer encuentro, lo más destacado, fue escuchar al coro de la universidad cantar la misa campesina nicaragüense. Fue nuestro primer encuentro, pero no fue muy relevante para mí. Un año después,

otro encuentro entre ambos surgió, pero esta vez lejos de mi linda Nicaragua, de nuestra bella Centroamérica. En un viaje a Bruselas, Bélgica, corría la semana de pascua y en la visita a una iglesia, vi una gran cruz de madera en el suelo con tu nombre, era un altar en homenaje a ti. Fue grande mi sorpresa y sobre todo mi curiosidad, por saber que de especial tenias, para que tuvieras un altar en país tan lejano, donde ni siquiera se hablaba español, y donde en las calles no podías ver ni vestigios de lo que había sido tu obra o tu palabra. Sin duda, ese encuentro fue crucial para desear conocerte realmente.


Posteriormente, año con año, fui descubriéndote, en cada celebración de tu aniversario en la UCA, algo se estremecía dentro de mí en cada celebración, escuchar tu última misa, me enchinaba la piel, me emocionaba a las lágrimas. Pero sobre todo me conmovía ver a tus hijos salvadoreños que huyeron del horror de la guerra y la represión a la que tu tierra era sometida, y se refugiaron en Nicaragua. Esos hombres y mujeres que llegan a cada aniversario a dar testimonio de tu lucha, de tu palabra y sobre todo, que llegan a llorarte, como un hijo llora a su padre muerto. Cada aniversario dejó una huella en mí.


Sin embargo, no fue sino hasta el año 2010, cuando una gran amiga salvadoreña, de tu ti

erra Monseñor, de ese país pequeño, pero grande en su gente, me obsequió el libro de “Piezas para un Retrato”, un libro escrito por Marí

a López Vigil, a quien tu conociste bien, y quien retoma tu vida desde la palabra de tus amigos, de tus colegas, de la gente humilde que te siguió, que te apoyó, que te lloró. No fue hasta ese entonces que te conocí realmente. En cada página, en cada párrafo, en cada línea y cada palabra aprendí a co

nocerte y sobre todo a admirarte. Leí con ansias cada palabra, reí, me enoje, soñé, me frustré y lloré. Descubrí el ser humano humilde y sencillo que eras, y a la vez, fuerte y terco como los árboles, descubrí un hombre tan majestuoso que fue capaz de reinventarse a sí mismo, o como tú mismo lo dices, no cambiaste, sino que volviste al lugar de donde te habías ido. Descubrí un hombre valiente, “La Voz de los sin voz”, un hombre soñador y justo, que no promovía la guerra, sino que quería Paz y Armonía entre las personas y sobre todo Justicia, ju

sticia para el más pobre y oprimido. Un hombre que fue un padre para su pueblo, ese padre bueno y protector, ese padre que te aconseja, que te cuida y que da la cara por su hijo, ese eras tú, eso hacías tu, en cada una de tus misas dabas la cara por los que no podían defenderse, hablabas por lo que no tenía voz, denunciabas cada una de las injusticias a la que era sometido tu pueblo. Fuiste hombre de fe, amigo, consejero, mártir, padre y líder. Ese líder, al cual muchos no dudaron seguir en tu tierra, ese líder que inspiró con su palabra y con su ejemplo, tus misas era como el canto de las aves que dan consuelo al sufrido, pero también eran como ese canto que te invita a luchar, a no temer. Líderes como tú, pocos existen monseñor.


Monseñor, Hoy, estás más vivo que nunca en tu pueblo, en la gente humilde y sencilla, que siempre te recordará como su padre, como su guía, como su pastor, como su líder. Porque como tu dijist

e, “Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”. Y resucitaste en cada uno de los salvadoreños, en esos jóvenes, que persiguen como Tú, el sueño de la justicia social, el sueño de la paz, de una vida mejor para los más pobres. Hoy estás más vivo que nu

nca; pa

ra mí, tu palabra y tu obra las llevo conmigo a donde voy; con orgullo y admiración comparto tu vida, tu historia. Y sobre todo, Monseñor, hoy ya no eres un extraño para mí: te hablo, te pregunto, te cuestiono, me pregunto qué pensaría monseñor de esto, que haría monseñor en esta situación. Hoy, a casi 31 años de muerto, sigues siendo consejero, amigo, guía, pastor, padre y líder.


Tania Ninoska Paz Mena

México D.F 24 de marzo del 2011

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si estas interesado(a) comunicate con nosotros mandando un mail con tus datos a liderazgouia@gmail.com o en la oficina de COPSA con Toño Oseguera.